martes, 1 de diciembre de 1992

El impuesto más injusto

Una inflación tan elevada como la colombiana está actuando como un impuesto considerable en todo aquel que usa dinero.

La inflación y el desempleo son sin lugar a dudas dos de los grandes problemas económicos. El costo del desempleo es relativamente fácil de cuantificar, pues puede ser medido por la pérdida en producción causada por el aumento en la desocupación. Por el contrario, el verdadero costo de la inflación para la sociedad es un poco más difícil de cuantificar.

La inflación tiende a tener serios efectos económicos en la medida en que los resultados sean diferentes a los previstos. Como muy gráficamente lo ha manifestado un antiguo dirigente gremial, el problema de la inflación estriba en que cuando todo el mundo está esperando aumentos moderados de precios, los precios suben por el ascensor, mientras los salarios suben por la escalera. De esta manera el empleado ve aumentar más rápidamente sus gastos que sus ingresos y siente que le están poniendo un impuesto adicional sobre ellos.

El crecimiento diferencial de precios y salarios es igualmente grave cuando lo que sube más rápidamente son los salarios que los precios. El serio problema de algunas empresas de servicio público es una consecuencia de un aumento vertiginoso de los salarios y de un bajo incremento de los precios de sus servicios. Cuando los precios suben más lentamente que los salarios los productores ven disminuidos sus ingresos y para ellos la inflación se convierte en un impuesto adicional.

Cuando se mira el efecto combinado en productores y trabajadores las discrepancias entre las previsiones y los resultados se compensan, pues los impuestos a los trabajadores son recaudados por los productores y los impuestos a las empresas son aprovechados por las oligarquías de overol.

Los efectos nocivos causados por inflaciones no previstas se pueden minimizar mediante reformas en los sistemas tributarios, financieros y laborales. El sistema de protección contra la inflación existente en Colombia es bastante sofisticado y se han eliminado las distorsiones más grandes. Los ahorros de los pobres están protegidos desde la creación del sistema UPAC. El sistema tributario esta indexado desde 1979 y los salarios reales tienden a mantenerse en sus niveles.

Teniendo en cuenta lo anterior es posible pensar que en Colombia la inflación es relativamente neutral en su efecto en la distribución del ingreso. Sin embargo, una inflación tan elevada como la colombiana está actuando como un impuesto considerable en todo aquel que usa dinero. Los poseedores de dinero año a año tienen que reducir sus consumos para mantener unas tenencias de dinero con el mismo poder adquisitivo.

Supongamos un trabajador que ganó un millón mensual durante los doce meses de 1992. Si sus gastos fueron relativamente uniformes y mantuvo todos sus ingresos en cuentas corrientes, en promedio tuvo un saldo bancario de 500.000 pesos. Cuando los precios y salarios suben un treinta por ciento al año, el promedio requerido es ya de 650.000 pesos. Por tanto, para poder contrarrestar los efectos inflacionarios en sus saldos monetarios el trabajador debe aumentar sus ahorros en 150.000 y por lo tanto disminuir sus consumos en 150.000 pesos durante el año. Para el trabajador entonces la inflación se ha convertido en un verdadero impuesto pues ha afectado negativamente sus finanzas.

Como quien tiene el privilegio de emitir es el Estado, quien se beneficia de este impuesto es el mismo Estado. Esta figura conocida con el nombre técnico de señoraje es una fuente importante de ingresos para el gobierno. En efecto, según un estudio de Dornbusch y Fischer publicado en el último número de Ensayos sobre política económica el señoraje en 1980 fue equivalente al 2.8 por ciento del PIB. A comienzos de los ochenta llegó a ser equivalente al noventa por ciento de los recaudos del impuesto a la renta, pues el recaudo del impuesto a la renta en 1980 fue del 3.07 del PIB. Para finales de la década del ochenta el señoraje era un poco menos del cincuenta por ciento del impuesto a la renta, pues la participación del señoraje había bajado y la participación de los impuestos directos había aumentado.

El considerar la inflación como un impuesto y por lo tanto, como una fuente de ingresos para el gobierno, nos pone de presente la importancia de las reformas tributarias para poder lograr una verdadera estabilización de la economía. Esto se sintetiza en una frase afortunada del artículo de Dornbusch y Fischer sobre el caso colombiano. La estabilización de la inflación requería un incremento en los impuestos para compensar la caída en los ingresos por concepto de señoraje.

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