Si los años ochenta
fueron para Latino América la década perdida, para Colombia, el 1991 puede
pasar a la historia como el año perdido.
Si don Rip Van Winkle
viviera en Colombia y si en lugar de haber tenido su sueño de veinte años, se
hubiera echado su motosito de un año, al despertarse ni se habría dado cuenta
de que había pasado todo el 91. En efecto, al levantarse y leer los periódicos
encontraría que las autoridades económicas estarían hablando del mismo
veintidós porciento y, que los analistas estarían vaticinando que no se cumplirían las metas del gobierno y
que la inflación superaría el veinticinco por ciento.
En el frente fiscal
seguimos lo mismo que antes. El gobierno nos sigue prometiendo que este año si
va a ser el del verdadero ajuste. El Presidente, ha reiterado que las tarifas
de servicios públicos deben ajustarse por encima de la inflación para poder
contar con los recursos necesarios para financiar su expansión. La
privatización de TELECOM y las otras empresas del sector de las
telecomunicaciones, sigue siendo motivo de anuncios sin que el gobierno hubiera
dado un paso importante.
En lo referente a la
apertura comercial, las importaciones siguen detenidas esperando la próxima
baja del arancel. La incertidumbre creada por los permanentes cambios en las
políticas gubernamentales unida a las expectativas de revaluación, han formado
un dique formidable a la esperada avalancha de productos importados. La poca
dinámica de las importaciones, si bien ha protegido al productor colombiano, ha
contribuido de manera importante al espectacular incremento de las reservas
internacionales.
Si los años ochenta
fueron para Latino América la década perdida, para Colombia, el 1991 puede
pasar a la historia como el año perdido. La política económica al comenzar el
año 1992 se ve enfrentada a los mismos problemas del año pasado. La experiencia
de perder un año puede llegar a ser valiosa cuando aprendemos de nuestros
errores.
Las autoridades
económicas han aprendido durante el presente año que en una economía abierta,
con alta movilidad de capitales, es imposible controlar los medios de pago. Más
aún, el drástico control del crédito doméstico tampoco sirve mucho para el
control de la inflación. Las autoridades colombianas se han convencido, después
de un año de frustraciones, que lo único que se logra con el control del
crédito es atraer un torrente de divisas que compensan la disminución de la
liquidez de la economía.
El año viejo nos dejo
unos cambios importantes a nivel institucional. Por el lado positivo, se creó
una autoridad monetaria independiente y se nombraron destacados profesionales
para dirigir el nuevo Banco Central. Por el lado negativo, al dividirse el
antiguo Ministerio de Desarrollo en dos se ha perdido la unidad de comando tan
necesario para un verdadero proceso de apertura económica.
El cambio institucional
del manejo económico requiere de importantes complementos en el próximo año. El
nuevo congreso tiene por delante una ardua labor para poner a funcionar
realmente la nueva constitución. Para los agentes económicos es de vital
importancia conocer lo más pronto posible la nueva manera como se operará en el
campo económico para poder empezar a planear sus actividades lo más pronto
posible.