El miércoles de esta semana en un seminario convocado por Anif, además del análisis de coyuntura y de la presentación de las predicciones macroeconómicas, se trató un tema de vital importancia para Colombia. En una presentación muy bien recibida por los participantes del seminario, el Profesor Sebastián Edwards fue muy crítico de la política económica colombiana. Con mucha preocupación el Profesor nos puso de presente que no debemos seguir mirando al pasado para congratularnos de los éxitos obtenidos anteriormente. Compararnos con los más pequeños y los mas desaplicados en materia de política económica nos lleva necesariamente al fracaso. Las comparaciones tienen que ser con los que han logrado éxito.
Tal como lo hemos venido sosteniendo en estas columnas, mientras gastemos todo el tiempo en discutir si la inflación va a ser del 18,2 o del 18 por ciento no reaccionaremos de la forma adecuada. Hoy en día una inflación de 18 por ciento descalifica a cualquier país en el concierto de las economías bien manejadas. La inflación tiene que ser muy cercana a la de los países industriales y por lo tanto mientras no lleguemos a una inflación del tres por ciento no podremos decir que la economía ha salido de sus problemas. No es posible que sigamos pensando, como lo están haciendo el gobierno, Fedesarrollo y Anif que podemos cerrar este siglo con inflaciones cercanas al 20 por ciento.
El Profesor Edwards además de llamarnos la atención sobre el mediocre desempeño macroeconómico nos puso de presente que es necesario profundizar las reformas emprendidas al comienzo de la década. Según Edwards, los resultados pobres de la economía se deben no a lo que hicimos en el campo de la reforma sino más bien a lo que hemos dejado de hacer. Edwards nos ha dicho lo obvio, unas instituciones tan deficientes como las colombianas son el principal obstáculo para el desarrollo. El liberarnos de algunas de prácticas tan absurdas, como las licencias de importación, los permisos para tener dólares en el exterior, que sostuvimos por muchos años no pueden ser la causa de nuestros problemas es apenas el comienzo de la verdadera modernización de la economía colombiana..
Los estudios de Douglass North, que hemos comentado en estas columnas y la experiencia con las reformas de las economías socialistas, han demostrado que las instituciones básicas de la sociedad como el sistema judicial, el respeto a la propiedad y el cumplimiento de los contratos son básicas para el desarrollo económico. Edwards con su característica habilidad de buen conferencista reiteró en su presentación la importancia de avanzar en las reformas institucionales para poder asegurar que las ventajas de las reformas lleguen al común de la población. Según Edwards la experiencia ha mostrado que los países en donde se realizan las reformas institucionales simultáneamente con las reformas económicas tienden a tener un mayor éxito.
Si las reglas del juego se mantienen los cambios económicos no llegan a los que tocan. Si no existe una verdadera regulación de la competencia, la privatización de los servicios públicos lo único que cambia es a un monopolio oficial por un monopolio privado. Las ventajas potenciales de una participación del sector privado se evaporan ante la ausencia de una efectiva regulación. Mientras no hagamos cumplir las leyes que regulan la competencia vamos a tener que las guerras de precios y las mejoras de los servicios terminan prematuramente cuando los operadores se dan cuenta que es mejor limitar la competencia. En Colombia ante la deficiente regulación de la competencia pasamos de una situación en la que regalamos los celulares por preguntar el saldo en un cajero automático a tener las tarifas de telefonía móvil más caras del mundo.
El desencanto de Edwards parece estar mostrando el sentimiento de la mayoría de los analistas que se han preocupado por el caso colombiano. Los resultado económicos son cada vez más deficientes. Los maestros en el arte del compromiso económico se han olvidado de la importancia de la disciplina fiscal. Los hábiles manejadores de las bonanzas y los serios conductores de antaño se han dejado contagiar del populismo que acabó con las economías latinoamericanas. El mantener una inflación que se movía entre el veinte y el treinta por ciento durante varias décadas ya no es un ejemplo de imitar. Com hemos dicho a Colombia en el campo de la política económica le está pasando lo mismo que a la selección del Bolillo Gómez. Esta viviendo de los logros del pasado y hasta Venezuela está obteniendo mejores resultados.
La solidez de la economía colombiana que le permitió sobrevivir a un país que siempre obtenía las peores calificaciones en su desarrollo institucional ya no es suficiente para compensar tan serias desventajas institucionales. El mensaje es claro para la Colombia del siglo veintiuno. Hay que renovar urgentemente las instituciones colombianas. La justicia tiene que funcionar. Las reglas de juego deben ser claras y no deben estarse cambiando a cada minuto. La clase política tiene que responder a la sociedad civil y los grandes conglomerados no pueden abusar del poder económico. Las reglas de juego deben favorecer el surgimiento de innovadores. Las oportunidades no se pueden limitar a los grandes grupos económicos sino que deben favorecer en últimas al consumidor.
Los colombianos debemos aceptar el regaño del Profesor Edwards. La comunidad internacional está perdiendo la fe en Colombia y si no hacemos las reformas institucionales indicadas a la mayor brevedad posible nos dejará el tren del progreso. Los candidatos presidenciales deben tomar atenta nota del mensaje de Edwards que coincide con el pensamiento del común de la gente. Todos estamos aburridos de la situación actual y queremos vivir en una sociedad en la que se castigue a los corruptos y donde los honestos puedan avanzar. Nuestra preocupación no puede seguir siendo si la inflación bajará un punto porcentual o si la máxima tasa de crecimiento posible es del cuatro o del cinco por ciento. Los temas del momento son de una mayor trascendencia.
Tal como lo hemos venido sosteniendo en estas columnas, mientras gastemos todo el tiempo en discutir si la inflación va a ser del 18,2 o del 18 por ciento no reaccionaremos de la forma adecuada. Hoy en día una inflación de 18 por ciento descalifica a cualquier país en el concierto de las economías bien manejadas. La inflación tiene que ser muy cercana a la de los países industriales y por lo tanto mientras no lleguemos a una inflación del tres por ciento no podremos decir que la economía ha salido de sus problemas. No es posible que sigamos pensando, como lo están haciendo el gobierno, Fedesarrollo y Anif que podemos cerrar este siglo con inflaciones cercanas al 20 por ciento.
El Profesor Edwards además de llamarnos la atención sobre el mediocre desempeño macroeconómico nos puso de presente que es necesario profundizar las reformas emprendidas al comienzo de la década. Según Edwards, los resultados pobres de la economía se deben no a lo que hicimos en el campo de la reforma sino más bien a lo que hemos dejado de hacer. Edwards nos ha dicho lo obvio, unas instituciones tan deficientes como las colombianas son el principal obstáculo para el desarrollo. El liberarnos de algunas de prácticas tan absurdas, como las licencias de importación, los permisos para tener dólares en el exterior, que sostuvimos por muchos años no pueden ser la causa de nuestros problemas es apenas el comienzo de la verdadera modernización de la economía colombiana..
Los estudios de Douglass North, que hemos comentado en estas columnas y la experiencia con las reformas de las economías socialistas, han demostrado que las instituciones básicas de la sociedad como el sistema judicial, el respeto a la propiedad y el cumplimiento de los contratos son básicas para el desarrollo económico. Edwards con su característica habilidad de buen conferencista reiteró en su presentación la importancia de avanzar en las reformas institucionales para poder asegurar que las ventajas de las reformas lleguen al común de la población. Según Edwards la experiencia ha mostrado que los países en donde se realizan las reformas institucionales simultáneamente con las reformas económicas tienden a tener un mayor éxito.
Si las reglas del juego se mantienen los cambios económicos no llegan a los que tocan. Si no existe una verdadera regulación de la competencia, la privatización de los servicios públicos lo único que cambia es a un monopolio oficial por un monopolio privado. Las ventajas potenciales de una participación del sector privado se evaporan ante la ausencia de una efectiva regulación. Mientras no hagamos cumplir las leyes que regulan la competencia vamos a tener que las guerras de precios y las mejoras de los servicios terminan prematuramente cuando los operadores se dan cuenta que es mejor limitar la competencia. En Colombia ante la deficiente regulación de la competencia pasamos de una situación en la que regalamos los celulares por preguntar el saldo en un cajero automático a tener las tarifas de telefonía móvil más caras del mundo.
El desencanto de Edwards parece estar mostrando el sentimiento de la mayoría de los analistas que se han preocupado por el caso colombiano. Los resultado económicos son cada vez más deficientes. Los maestros en el arte del compromiso económico se han olvidado de la importancia de la disciplina fiscal. Los hábiles manejadores de las bonanzas y los serios conductores de antaño se han dejado contagiar del populismo que acabó con las economías latinoamericanas. El mantener una inflación que se movía entre el veinte y el treinta por ciento durante varias décadas ya no es un ejemplo de imitar. Com hemos dicho a Colombia en el campo de la política económica le está pasando lo mismo que a la selección del Bolillo Gómez. Esta viviendo de los logros del pasado y hasta Venezuela está obteniendo mejores resultados.
La solidez de la economía colombiana que le permitió sobrevivir a un país que siempre obtenía las peores calificaciones en su desarrollo institucional ya no es suficiente para compensar tan serias desventajas institucionales. El mensaje es claro para la Colombia del siglo veintiuno. Hay que renovar urgentemente las instituciones colombianas. La justicia tiene que funcionar. Las reglas de juego deben ser claras y no deben estarse cambiando a cada minuto. La clase política tiene que responder a la sociedad civil y los grandes conglomerados no pueden abusar del poder económico. Las reglas de juego deben favorecer el surgimiento de innovadores. Las oportunidades no se pueden limitar a los grandes grupos económicos sino que deben favorecer en últimas al consumidor.
Los colombianos debemos aceptar el regaño del Profesor Edwards. La comunidad internacional está perdiendo la fe en Colombia y si no hacemos las reformas institucionales indicadas a la mayor brevedad posible nos dejará el tren del progreso. Los candidatos presidenciales deben tomar atenta nota del mensaje de Edwards que coincide con el pensamiento del común de la gente. Todos estamos aburridos de la situación actual y queremos vivir en una sociedad en la que se castigue a los corruptos y donde los honestos puedan avanzar. Nuestra preocupación no puede seguir siendo si la inflación bajará un punto porcentual o si la máxima tasa de crecimiento posible es del cuatro o del cinco por ciento. Los temas del momento son de una mayor trascendencia.
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