Si queremos evitar que surjan movimientos separatistas, debemos comenzar a hacer las reformas que permitan que Bogotá se maneje como se han manejado los famosos tigres asiáticos
En estos días de campaña electoral son frecuentes las reuniones en las que se presentan los candidatos a las alcaldías y gobernaciones. El viernes de la semana pasada pude asistir a una reunión en la que participaron los dos candidatos más opcionados a la Alcaldía de Bogotá. Tanto el doctor Mockus como el doctor Peñalosa hicieron planteamientos interesantes sobre su programa de Gobierno.
Aunque los candidatos no lo mencionaron explícitamente, de algunas de sus intervenciones surge la idea que Bogotá debe ser considerada más como un país que como una ciudad. Es claro que Bogotá no sólo es la ciudad más importante del país sino que además por su mismo tamaño podría ser considerada como el decimotercero país en población y el noveno medido en términos de ingreso en América Latina.
Si se lograra de la noche a la mañana la independencia de Bogotá del resto del país y se mantuvieran los impuestos Bogotá mejoraría considerablemente su capacidad de gasto público. Como bien lo mostró uno de los candidatos, los impuestos recaudados en la capital superan ampliamente las transferencias recibidas del gobierno nacional. Un movimiento separatista, que ojalá nunca surja, tendría en esta injusticia fiscal un claro argumento a su favor que le ganaría incontables adeptos.
La importancia de Bogotá que, como ya se ha dicho la puede colocar por encima de muchos países latinoamericanos, nos debería llevar a pensar si no es hora de cambiar la manera como se maneja la ciudad. Hasta ahora se ha pensado que el gobierno bogotano debe proveer una serie de bienes y servicios de carácter local sin preocuparse por el crecimiento mismo de la región y sin tener en cuenta su interrelación con las ciudades vecinas. Si Bogotá fuera un país independiente debería tener un Ministerio de Desarrollo y Comercio Exterior que se preocupara de la promoción de su crecimiento. Este ministerio entre sus funciones debería tener la de ser el interlocutor con los gremios productivos y en lograr acuerdos comerciales con sus vecinos. Un país, y con mayor razón una ciudad, sin esta importante función de promoción se vería limitado en sus deseos de progreso. Bogotá, a la mayor brevedad, y ojalá durante el periodo del alcalde que se va a elegir el próximo 30 de octubre, debería establecer una Secretaría de Desarrollo y Comercio que impulse, a través de un proceso de concertación con las fuerzas productivas, su desarrollo económico.
No sólo se requiere de un apoyo institucional al desarrollo sino además se necesita contar con una fuerza de trabajo altamente capacitada. Bogotá cuenta afortunadamente con una muy buena infraestructura dedicada a la educación superior. Las universidades bogotanas públicas y privadas se encuentran entre las mejores del país y son envidiadas por las otras ciudades colombianas.
Si la oferta de personal profesional en Bogotá es amplia y de muy buena calidad, la de personal capacitado para la industria a escala técnica no es suficiente ni adecuada para la industria que debe enfrentarse a una fuerte competencia internacional. Un alcalde que quiera promover la capacitación de la fuerza de trabajo se debe sentir totalmente frustrado cuando comprueba que esta importancia función está asignada a una institución tan cuestionada y tan poco eficiente como el Sena. No se puede entender cómo el Sena, que recibe el 40 por ciento de sus recursos en el territorio del Distrito, apenas gaste el 10 por ciento de su presupuesto en las necesidades ingentes de capacitación del sector productivo nacional. La importancia de que la Administración de la ciudad asuma las funciones de capacitación de su mano de obra se hace más notable cuando se da uno cuenta que las necesidades de capacitación son muy diferentes al interior de la ciudad. Por la misma dinámica del desarrollo y ante la presencia de las economías de aglomeración, los diferentes barrios de la ciudad se van especializando. Las fábricas de elementos metálicos se concentran en el barrio Estrada, las carpinterías dedicadas a restaurar antigüedades se concentran en la carrera quinta, las curtiembres en el barrio San Benito y así sucesivamente.
La concentración de la actividad económica en lugares específicos de la ciudad facilita las labores de capacitación y permite establecer un programa más adecuado a las necesidades locales. El gobierno nacional que no tiene por qué conocer estas peculiaridades de la demanda de capacitación debe gastar considerables recursos en una investigación que le permita definir un plan de capacitación adecuado a las circunstancias locales. La importancia de la capacitación para un desarrollo acelerado y la ventaja comparativa de Bogotá para hacerla deberían llevar a que Bogotá asuma la capacitación y que los recursos recibidos por el Sena sean transferidos en su totalidad a la capital.
Si queremos evitar que surjan movimientos separatistas, debemos comenzar a hacer las reformas que permitan que Bogotá se maneje como se han manejado los famosos tigres asiáticos.
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