A nuestra querida Bogotá le
sucede lo mismo que nos ha ocurrido a los que vivimos en una casa vieja que se
ha sometido a un proceso permanente de remodelación.
Cuando uno transita por las
calles de la capital se da cuenta que su mal estado se encuentra muchas veces
asociadas al progreso. No solo el mayor número de vehículos y el aumento del
tamaño de los buses de servicio público ha deteriorado el pavimento sino que
también la construcción acelerada de algunos barrios y la renovación de otros
han contribuido a acabar las calles de la ciudad. Las construcciones de
edificios en las zonas consolidadas son sin lugar a dudas el enemigo número uno
de nuestras calles. En efecto, la ocupación de vías durante la construcción, la
rotura de las calles para hacer las conexiones de los servicios públicos y el
tránsito de los camiones cargados de
materiales y del concreto tan necesario para las nuevas construcciones son los grandes culpables de
la mayoría de los huecos que se encuentran en los barrios que están
progresando.
Este proceso no se ha dado
solamente en estos treinta meses de soledad. Esta permanente lucha entre el
progreso y la infraestructura vial es de vieja data solo que con el boom de la
construcción sus efectos se han hecho más visibles. En esta lucha entre el
progreso y el deterioro, las autoridades tienden a dejar los huecos sin
arreglar pues piensan que sus esfuerzos serán inútiles a medida que se abra otra
obra en la misma cuadra. Cuando se tapan
los huecos, el dolor de cabeza es para la Secretaria de Obras pues más se
tardan unos en arreglarlos que otros en abrirlos de nuevo. Lo triste de esta
situación es que tanto la Administración como la ciudadanía terminan
conformándose con vivir en una ciudad totalmente deteriorada.
La casa que se remodela poco a poco vive llena
de tierra por las obras permanentes y los remiendos quedan como parches. Los
pisos quedan llenos de cicatrices causadas por las instalaciones domiciliarias
de los servicios públicos. Los habitaciones terminan totalmente diferentes, los
tapetes son de diferente colores y texturas pues cuando se le llega el turno a
una pieza la referencia del tapete que tanto nos gustó ya no se produce. El no pensar
todas las implicaciones de las reformas y el no consultar con un experto en
remodelaciones es el método más costoso de remodelar nuestras viviendas.
Estos planes de desarrollo urbano,
tal como lo ordena la nueva constitución deben ser el resultado de un proceso
de consulta popular en el que los vecinos de los barrios intervengan para
definir el tipo de construcciones que se pueden hacer. Los planes urbanos deben
incluir no solo las normas de construcción, sino que además deben contar con
estudios de impacto ambiental en un sentido amplio. Estos estudios de impacto
ambiental urbano deben estimar entre otros el efecto de las nuevas viviendas en
el tráfico vehicular y deben asegurar que el entorno urbano en especial el
espacio público no sufra un deterioro como consecuencia de las nuevas
construcciones.
El Alcalde Mockus y el nuevo
Concejo deben pensar seriamente la posibilidad de declarar la moratoria de la
construcción por los próximos tres años en buena parte de la ciudad. Si nos
dieran una oportunidad de votar en nuestro barrio o en nuestra manzana la mayoría estaríamos dispuestos a
congelar nuestra zona con el deseo de trabajar en los próximos tres años en
mejorar nuestro ambiente y contar con los servicios públicos. Estos tres años
los podríamos dedicar a pensar cómo queremos vivir, qué cambios tenemos que
hacer en nuestro entorno urbano y probablemente en conocernos mejor con
nuestros vecinos y participar en la creación de un nuevo entorno urbano.
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