La angustia de los
agentes económicos es cada día más grande y la incertidumbre comienza a tener
efectos mucho más graves que la misma descertificación
El tema del momento es
el costo económico de la descertificación. Los empresarios en su angustia y
después de haber intentado, inútilmente, influir en una decisión favorable de
los Estados Unidos se aprestan para lo más grave y están dispuestos hasta hacer
un paro con el fin de buscar una rápida solución a la crisis de gobernabilidad
del país. Los funcionarios del equipo económico y el Ministro de Justicia
tratan de convencer al país de que después de todo los costos económicos no van
a ser muy grandes. Los analistas económicos, con ayuda de poderosos modelos y
del olfato de los que manejan estos modelos llegan a estimativos del posible
impacto de la medida tomada por el Presidente Clinton.
La polarización causada
por la crisis política se refleja en el debate económico. La mayoría del país
comienza a desconfiar del Ministro de Hacienda por sus continuos cambios de
opinión y por dedicarse en estos tiempos de crisis a sostener una controversia
en los medios de comunicación con su ilustre antecesor. En medio de la crisis,
en ocasiones aparece el Consejero Antonio Hernández que trata de explicar de
una manera clara y objetiva el impacto de la medida y expone las acciones que
se pueden tomar para contrarrestar el efecto negativo de la descertificación.
La angustia de los
agentes económicos es cada día más grande y la incertidumbre comienza a tener
efectos mucho más graves que la misma descertificación. Un país que vive
preocupado por la tremenda crisis política no puede pensar en el futuro. La
expansión de las empresas pasa a un segundo plano cuando es necesario pensar en
la forma como se debe uno proteger del coletazo que va traer la
descertificación. En estas circunstancias es más importante comenzar a
especular contra el dólar que hacer inversiones productivas y crear empresas.
El desvío de energías hacia la especulación financiera, unido a la discusión
diaria sobre los últimos acontecimientos políticos deja muy poco tiempo para
pensar en el futuro de la economía. Los
más destacados ejecutivos y los mejores académicos se dedican a comentar las
últimas ocurrencias del Doctor Mogollón.
El costo del tiempo y
energía de los mejores colombianos que podrían estar trabajando para el
progreso del país es una carga pesada para la economía colombiana. El mal uso de
los recursos del Estado dedicados a premiar a los defensores del régimen es un
despilfarro que no se puede permitir un país pobre. La repartición de los
programas de la cadena 3, hoy llamada con mucha pompa Señal Colombia es un
ejemplo del despilfarro de los recursos captados con la reforma tributaria.
La apropiación de las
empresas del Estado por parte de los sindicatos es una manera triste de
entregar los recursos públicos a intereses particulares. La intervención
descarada del Ministro de Trabajo en las convenciones colectivas a favor de los
trabajadores, sin importarle el costo para el Estado no solo es un retroceso
tremendo en el manejo de las relaciones laborales, sino que es la mejor manera
de atizar la inflación.
El oscuro panorama
económico es el reflejo de una situación económica totalmente descuadernada.
Los técnicos del gobierno han perdido el control de la economía y ahora es
manejada con el único propósito de defender al régimen. Los economistas del
gobierno que no pueden decir con los militares que sirven al país y no al
Presidente deben estar muy preocupados porque muy pronto les va a tocar pensar
en su retiro. Considero a algunos destacados economistas que en este momento
deben estar pensando seriamente que es bueno acompañar a sus amigos hasta el
cementerio pero que no es recomendable enterrarse con ellos.
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