Cuando se publique esta columna ya se conocerán los resultados de las elecciones de Alcaldes y Gobernadores. Después de una extenuante campaña se sabrá quien estará encargado de regir los destinos de nuestros departamentos y municipios por los próximos tres años y el debate se desviará hacia las elecciones de Congreso y posteriormente a las elecciones presidenciales.
El cansancio natural de una campaña no nos debe dejar olvidar la importancia que tiene para el país una buena selección de gobernantes a nivel local. Este problema que afecta la vida diaria de los ciudadanos no puede esperar otros tres años para volver a comenzar el ciclo político. No es posible que los políticos solo se preocupen de los problemas locales durante la campaña, ignorando al ciudadano el resto del tiempo. Lo que se necesita es un contacto permanente entre los posibles candidatos y el ciudadano. El ciudadano debe tener alguien a quien acudir para plantearle sus problemas y solicitarle consejo sobre las posibles soluciones.
Es claro que el mecanismo tradicional de unos partidos organizados que sean los instrumentos de comunicación permanente entre los electores y los líderes locales ya no funciona. Los partidos cada día son más débiles y los alcaldes y gobernadores surgen de movimientos por fuera de los partidos tradicionales. Más aún, los partidos tradicionales cada día pierden su identidad ideológica. Los liberales y los conservadores solo se diferencian por su preferencia por un color determinado. Hay mas afinidades entre militantes de diferentes partidos que las existentes entre los del partido. En las grandes ciudades los electores votan, con mayor frecuencia por candidatos de otros partidos. Por cada populista de izquierda surge otro populista de derecha.
La disminución del poder de los partidos tradicionales y el descontento ciudadano ha abierto la oportunidad para el surgimiento de movimientos cívicos que buscan darle el gran revolcón a los gobiernos locales. Infortunadamente, las reformas institucionales requeridas para cambiar la vida de las administraciones locales no pueden hacerse en tres años. Lo que se requiere es un trabajo continuado por muchos años. La prohibición de la reelección directa de gobernadores y alcaldes se convierte en el principal obstáculo para poder eliminar las prácticas clientelistas y extirpar los focos de corrupción de las administraciones locales. Los reformadores no tienen el tiempo necesario para poner en práctica sus ideas de cambio.
Los frutos de las reformas no se pueden cosechar en un período tan corto. Lograr limpiar la administración pública lleva un tiempo considerable. Poner en orden las finanzas públicas de una ciudad, muchas veces no solo puede requerir de reformas tributarias que desgastan políticamente a los reformadores, sino que también debe venir acompañado de ajustes en la administración estableciendo novedosos sistemas de gestión municipal cuyos resultados solo se ven después de varios años.
Cada día es más claro que la constitución del 91 debe cambiarse en lo referente al período de los Alcaldes y a la posibilidad de reelección directa de Alcaldes y Gobernadores. Mientras tanto es de vital importancia que la labor de reformar las Administraciones Locales debe hacerse por un equipo y no por una sola persona. Este frente local debe lograr convocar a las fuerzas vivas de la ciudad o del departamento y trabajar en equipo. Tal como se hizo en el nivel nacional, es necesario hacer arreglos que permitan una sucesión ordenada y una continuidad de los programas. Estos grupos deben trabajar no solo cuando están en el gobierno sino también cuando la voluntad de los ciudadanos los aleja temporalmente del poder.
La oposición debe ser una labor permanente. El movimiento que pierda no puede irse a dormir durante los tres años y volver al final del período. Debe estar permanentemente fiscalizando a los movimientos ganadores, haciendo debates y llamando a cuentas a los mandatarios de turno cuando no cumplan sus promesas o cuando abusen del poder. La labor de veeduría ciudadana es tremendamente importante para poder cambiar la manera como se hace la política. Los gremios, las cámaras de comercio, los académicos deben estar atentos para evitar que los avivatos se apoderen de los recursos públicos y conviertan al tesoro municipal en su caja menor.
Si queremos de verdad cambiar las administraciones locales debemos comenzar desde el día siguiente de las elecciones. Los candidatos derrotados, los dirigentes cívicos, los académicos que se han mantenido por fuera de las luchas partidistas deben contemplar la posibilidad de intervenir desde este mismo momento en la lucha política. Demorarse tres años para entrar en la política es la receta más clara para que las ciudades sigan siendo manejadas para el beneficio de unas minorías.
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