lunes, 29 de octubre de 1990

¿Qué es primero la obra o el impuesto?

En Bogotá en épocas de grandes alcabaleros el proceso de la definición del presupuesto se invierte. Se hacen reformas tributarias que generan cuantiosos recursos y a partir de esto se definen las obras que se van a hacer.

A diferencia de lo que ocurre con el huevo y la gallina, en los textos de las finanzas públicas, la definición del presupuesto es en principio muy sencilla. El encargado de las decisiones debe determinar primero su programa de obras, y a partir de este los recursos con que debe contar para su ejecución. El programa se determina, obviamente después de conocer las que producen la mayor rentabilidad para la sociedad. Una vez se ha definido el programa de inversión se deben considerar las posibles limitaciones que puedan surgir. En primer lugar, se deben estudiar las limitaciones  en la capacidad de ejecución de la agencia encargada. La experiencia ha mostrado que en Colombia la capacidad de las agencias del Estado han hecho que los programas de inversión no se ejecuten en su totalidad dentro del plazo previsto. Además, en algunas ocasiones los programas de inversióin no se pueden ejecutar por circunstancias de carácter macroeconómico. Los programas acordados con los organismos multilaterales de Crédito por lo general contienen compromisos sobre el tamaño del programa de inversión para hacerlo compatible con la estabilidad económica.

Solamente cuando se ha definido un programa prioritario que tenga en cuenta las limitaciones impuestas por las restricciones internas de carácter institucional y por las que tienen que ver el programa macroeconómico debe comenzarse a pensar en la fuente de recursos para el plan.  

En Bogotá en épocas de grandes alcabaleros el proceso se invierte. Se hacen reformas tributarias que generan cuantiosos recursos y a partir de esto se definen las obras que se van a hacer. Este proceso en contra vía de lo que recomienda la teoría de las finanzas públicas ha mostrado grandes problemas pues por una parte las obras seleccionadas a posteriori no reflejan una sana política de prioridades sino que se convierten en la feria del puente sin orejas. Además, en el largo plazo, las obras son substituidas por gastos en Burocracia. Como ya lo ha dicho el ilustre Profesor Parkinson, el número de burócratas crece hasta copar el presupuesto. Al aumentar los impuestos no aumentan las obras sino que aumentan los gastos en burocracia y los salarios de los sindicatos de los empleados públicos. La idea de Reagan con la inspiración parcial de Milton Friedman fue mantener los recursos del Estado constantes para limitar de esta manera su tamaño. La idea de los alcabaleros bogotanos es, por el contrario, aumentar el tamaño de los impuestos para terminar con un Estado gigante e ineficiente.

Como ya lo han puesto de manifiesto distinguidos comentaristas como el Doctor Lemos Simmons, el bogotano que vive en los estratos malditos siente que le están confiscando sus ahorros. El beneficio potencial de las obras prometidas no tiene mucho que ver con el esfuerzo fiscal que se le exige. El tal beneficio general que se alega apenas llega al grado de coronel. El aumento en el precio de los terrenos obtenido como consecuencia de las mejoras en la accesibilidad producida por las nuevas vías indudablemente recae en unas zonas específicas. Como lo muestran los estudios de los economistas urbanos, el beneficio de las mejoras viales tiende a favorecer a las tierras ubicadas en la periferia de la ciudad. Como en un juego de suma cero, esta mejora es sufragada por propietarios cuyos terrenos pierden valor.


Los que pasamos por la carrera séptima entre la 61 y la 73 a veces dudamos que la administración inventora del solo hueco, o sea un carril dedicado solo a los huecos de las nuevas líneas teléfonicas, pueda concluir con éxito y dentro de los próximos dos años un plan de la magnitud contemplada en el Acuerdo aprobado recientemente por el Concejo. Para bien de la ciudad esperamos estar equivocados. 

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