Como ha pasado en otras
entidades el paso del tiempo no fue muy benigno para la Secretaría de Tránsito
y Transporte del Distrito.
La renuncia del
Secretario de Tránsito y Transportes de Bogotá puede devolver el reloj del
tiempo en unos veinticinco años. Los bogotanos recuerdan muy bien que hasta mil
novecientos setenta el Director de Tránsito era escogido entre los coroneles
retirados. Sólo cuando Carlos Albán tomo posesión como Alcalde del Distrito, se
pensó que fuera de tener bien amarrados los pantalones se requería contar con
el debido entrenamiento en la disciplina de la ingeniería de tráfico. En esa
época y bajo la magnífica dirección del Doctor Eduardo Villate se comenzó a
poner en práctica los consejos que se han vuelto tradicionales en los proyectos
financiados por los organismos multilaterales de crédito.
A partir de 1970 se
consideró importante darle tratamiento prioritario a lo que en el lenguaje
inglés se conoce como la receta de la triple e. Esta receta es nada menos que
"enforcement" (hacer cumplir las normas), "engineering"
ingeniería y "education" (educación). La capacidad del secretario de
tránsito y del Alcalde Albán permitieron lograr importantes avances en el
manejo del tráfico de la capital del país.
Como ha pasado en otras
entidades el paso del tiempo no fue muy benigno para la Secretaría de Tránsito
y Transporte del Distrito. La ingeniería perdió su importancia hasta el punto
que con el Secretario Trujillo se llegó a la improvisación total. En lugar de
hacer estudios para ver si las medidas contempladas podrían ser adecuadas se
optó por echar para adelante y corregir los problemas sobre la marcha. El
contraflujo se implantó a las patadas sin tener en cuenta el punto de vista de
los que se perjudicaron por la medida. Las continuas misivas enviadas al
Secretario Trujillo eran contestadas de mala manera y las promesas hechas en
estas comunicaciones nunca se cumplieron.
La mala ingeniería
puesta en práctica en el Distrito no fue nada ante la total impunidad que se
impuso en el caótico tráfico bogotano. Las leyes de tráfico son permanentemente
violadas por los bogotanos. Las autoridades de tráfico ignoran olímpicamente
los reclamos de la ciudadanía ante fallas protuberantes de los diseños de
ingeniería. Los semáforos están mal calibrados y solo en contadas ocasiones
funcionan como debe ser. En lugar de mantener en buenas condiciones los pocos
semáforos existentes el Secretario de Tránsito y Transportes se queja de la
necesidad de más semáforos.
La tercera pata del
trípode que soporta un buen sistema de transporte es la más coja. La educación
a los ciudadanos es totalmente inexistente. Los planes de educación ciudadana
abortan antes de ponerse en práctica. El plan de concientizar a los ciudadanos
para que no bloqueen las intersecciones que se pensó poner en práctica al
comienzo de la administración Castro y para el cual se gastaron varios galones
de pintura amarilla fue archivado totalmente. Es triste que hoy en las
postrimerías de una administración ya no quede ni rastro de las rayas amarillas
que se pintaron en junio de 1992.
La solución al problema
del tránsito no es muy difícil. Debe recoger el credo del buen ingeniero de
tráfico. Debe buscar hacer cumplir las leyes, mejorar la ingeniería y educar al
ciudadano. Lo que se requiere ahora es utilizar enfoques innovadores que
permitan poner en práctica estos sabios consejos. La oportunidad puede buscarse
por el lado de la privatización de estas tres tareas. El cumplimiento de las
leyes debe contratarse con empresas que garanticen una total honestidad. Las
firmas de auditores podrían encargarse de revisar el estado de los vehículos públicos. Las firmas de
vigilancia de reconocido prestigio deberían cobrar las multas. Las
universidades y la ingeniería de consulta podrían encargarse de las labores de
ingeniería y educación. Creer que el coronel que entró al Palacio de Justicia
puede resolver el problema del transporte en Bogotá es totalmente iluso. El
cáncer que existe en la Secretaría de Transporte está demasiado avanzado para
poderlo arreglar con paños de agua tibia.
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