lunes, 21 de marzo de 1994

Hace veinticinco años

Como ha pasado en otras entidades el paso del tiempo no fue muy benigno para la Secretaría de Tránsito y Transporte del Distrito.

La renuncia del Secretario de Tránsito y Transportes de Bogotá puede devolver el reloj del tiempo en unos veinticinco años. Los bogotanos recuerdan muy bien que hasta mil novecientos setenta el Director de Tránsito era escogido entre los coroneles retirados. Sólo cuando Carlos Albán tomo posesión como Alcalde del Distrito, se pensó que fuera de tener bien amarrados los pantalones se requería contar con el debido entrenamiento en la disciplina de la ingeniería de tráfico. En esa época y bajo la magnífica dirección del Doctor Eduardo Villate se comenzó a poner en práctica los consejos que se han vuelto tradicionales en los proyectos financiados por los organismos multilaterales de crédito.

A partir de 1970 se consideró importante darle tratamiento prioritario a lo que en el lenguaje inglés se conoce como la receta de la triple e. Esta receta es nada menos que "enforcement" (hacer cumplir las normas), "engineering" ingeniería y "education" (educación). La capacidad del secretario de tránsito y del Alcalde Albán permitieron lograr importantes avances en el manejo del tráfico de la capital del país.

Como ha pasado en otras entidades el paso del tiempo no fue muy benigno para la Secretaría de Tránsito y Transporte del Distrito. La ingeniería perdió su importancia hasta el punto que con el Secretario Trujillo se llegó a la improvisación total. En lugar de hacer estudios para ver si las medidas contempladas podrían ser adecuadas se optó por echar para adelante y corregir los problemas sobre la marcha. El contraflujo se implantó a las patadas sin tener en cuenta el punto de vista de los que se perjudicaron por la medida. Las continuas misivas enviadas al Secretario Trujillo eran contestadas de mala manera y las promesas hechas en estas comunicaciones nunca se cumplieron.

La mala ingeniería puesta en práctica en el Distrito no fue nada ante la total impunidad que se impuso en el caótico tráfico bogotano. Las leyes de tráfico son permanentemente violadas por los bogotanos. Las autoridades de tráfico ignoran olímpicamente los reclamos de la ciudadanía ante fallas protuberantes de los diseños de ingeniería. Los semáforos están mal calibrados y solo en contadas ocasiones funcionan como debe ser. En lugar de mantener en buenas condiciones los pocos semáforos existentes el Secretario de Tránsito y Transportes se queja de la necesidad de más semáforos.

La tercera pata del trípode que soporta un buen sistema de transporte es la más coja. La educación a los ciudadanos es totalmente inexistente. Los planes de educación ciudadana abortan antes de ponerse en práctica. El plan de concientizar a los ciudadanos para que no bloqueen las intersecciones que se pensó poner en práctica al comienzo de la administración Castro y para el cual se gastaron varios galones de pintura amarilla fue archivado totalmente. Es triste que hoy en las postrimerías de una administración ya no quede ni rastro de las rayas amarillas que se pintaron en junio de 1992.


La solución al problema del tránsito no es muy difícil. Debe recoger el credo del buen ingeniero de tráfico. Debe buscar hacer cumplir las leyes, mejorar la ingeniería y educar al ciudadano. Lo que se requiere ahora es utilizar enfoques innovadores que permitan poner en práctica estos sabios consejos. La oportunidad puede buscarse por el lado de la privatización de estas tres tareas. El cumplimiento de las leyes debe contratarse con empresas que garanticen una total honestidad. Las firmas de auditores podrían encargarse de revisar el estado  de los vehículos públicos. Las firmas de vigilancia de reconocido prestigio deberían cobrar las multas. Las universidades y la ingeniería de consulta podrían encargarse de las labores de ingeniería y educación. Creer que el coronel que entró al Palacio de Justicia puede resolver el problema del transporte en Bogotá es totalmente iluso. El cáncer que existe en la Secretaría de Transporte está demasiado avanzado para poderlo arreglar con paños de agua tibia.

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