La circunstancia de
darse la crisis seis años después de iniciado el proceso de apertura apunta más
bien a encontrar los problemas en los actores de la reciente política
económica.
El desempeño de la
economía en 1996 fue bastante flojo. La economía perdió todo el impulso que
traía. Las metas económicas no se alcanzaron. La inflación resultó muy por
encima de lo esperado al comienzo del año. La tasa de crecimiento de la
economía obtenida en este año bisiesto fue muy inferior a la proyectada. El
déficit fiscal fue superior al proyectado. El desempleo superó con creces el
del año pasado y por si fuera poco la brecha externa se amplio.
La historia económica
reciente nunca había mostrado esta combinación de males, pues cuando la
inflación se aceleraba por lo general iba acompañada de un aumento en las tasas
de crecimiento de la economía y en una disminución en el desempleo. Por otro
lado si la economía se desaceleraba y aumentaba la tasa de desempleo y el país
crecía menos de lo esperado se lograban mejoras considerables en la disminución
de la presión inflacionaria y se alejaba la posibilidad de una crisis
cambiaria.
Lo normal era entonces
vivir en un mundo en el que los encargados de la política económica sopesaban
cuidadosamente los costos y beneficios de una decisión y tomaban la que causaba
el menor costo posible. Los libros de texto mostraban cuidadosamente la manera
de evaluar los costos del aumento del desempleo en función de la llamada brecha
del producto interno bruto y la comparaban con los costos reales de la
inflación, calculados muchos veces como un aumento en el costo de acercarse con
más frecuencia a los cajeros automáticos para convertir los depósitos en cuenta
de ahorros o del sistema UPAC en dinero para poder pagar las transacciones.
Este paradigma del
balance entre dos males solo dejaba de ser cierto en los casos en los que se
entraba o salía de una crisis. La llegada de la hiperinflación venía
acompañada, en muchos casos, de un
aumento en el desempleo, una menor tasa de crecimiento y en algunos
casos de una crisis externa. Los milagros económicos recibían su nombre no solo
porque las economías recuperaban su ritmo normal de crecimiento y lograban
volver a una situación de estabilidad sino porque se alcanzaba simultáneamente
todo el equilibrio de la economía.
Unos resultados tan
pobres en 1996 estarían entonces mostrando que podríamos estar entrando en una
situación muy complicada que puede requerir de una medicina fuerte para lograr
su pronta recuperación. Infortunadamente, ni los encargados de la política
económica, ni los analistas de la situación económica se han podido poner de
acuerdo en las causas que nos han llevado a una situación tan grave.
Explicaciones tan
simplistas como un efecto retardado de la apertura o la existencia de un grave
déficit fiscal han llevado a muchas discusiones de carácter ideológico han
confundido tremendamente el debate económico. La ausencia de cifras sectoriales
por demoras en su procesamiento han llevado a discusiones estériles sobre la
situación de diferentes sectores.
El comportamiento del
sector industrial colombiano en la época post apertura no se ha podido precisar
porque la mejor fuente de información está bastante atrasada. La última
publicación del DANE se refiere a la encuesta anual manufacturera de 1991,
mientras que la del 92 apenas se conoce en forma provisional. Ante la ausencia
de las cifras sobre los cambios estructurales en la industria se ha tenido que
apelar a cifras de carácter mensual que sirven. primordialmente, para medir los
efectos coyunturales pero que contribuyen muy poco a un buen diagnóstico de
carácter estructural.
Los resultados de la
muestra mensual manufacturera han servido para llegar a diagnósticos totalmente
diferentes de la economía. Para algunos analistas, la apertura no contribuyó a
mejorar la productividad y su crecimiento se debió a un aumento considerable en
la formación de capital motivado por el cambio de los precios relativos de los
bienes de capital y al período de bajas tasas de interés asociados con la
puesta en funcionamiento de la Junta del Banco de la República. Para otros, el
crecimiento de la industria se explica por un rápido crecimiento de la productividad
causado por el reacomodo de las diferentes empresas a un entorno más
competitivo y en cual era atractivo concentrarse en sectores en los que se
tenía una ventaja comparativa.
Esta explicación no
solo parece más plausible desde el punto de vista teórica, sino que es
compatible con estudios de caso de algunas industrias que lograron prosperar en
los tiempos posteriores a la apertura económica. La industria automotriz
colombiana es un caso claro de una adaptación exitosa a un cambio drástico en las
reglas de juego. Más aún, la experiencia de las ensambladoras colombianas
muestra claramente que la apertura no puede ser la principal explicación del
rezago industrial de 1996. Si la apertura hubiera sido la causa de la crisis de
la industria ésta se ha debido dar en 1992 o en 1993 y en ese caso hubiera sido
un veredicto en contra de la apertura acelerada. Si la crisis de la apertura se
hubiera dado en el Gobierno Gaviria los opositores hubieran tenido un resonante
éxito en sus predicciones y los promotores de la apertura rápida y amplia
habrían estado obligados a darle una explicación al país.
La circunstancia de
darse la crisis seis años después de iniciado el proceso de apertura apunta más
bien a encontrar los problemas en los actores de la reciente política
económica. El gobierno actual aparece como el principal culpable. La
credibilidad de los ministros del equipo económico es muy baja. A los Ministros
de Hacienda del Gobierno Samper no les ha ido bien. El déficit fiscal sigue
siendo preocupante a pesar de contar con más recursos tributarios. La
burocracia, los auxilios parlamentarios unidos a un incremento desmesurado en
las transferencias a los gobiernos locales han sido los beneficiarios de los
aumentos de los impuestos. El Gobierno a pesar de los ingentes recursos
tributarios obtenidos en esta Administración es cada vez más impotente.
Un gobierno en
permanente crisis política dedicado buena parte de su tiempo a sostenerse ha
sido incapaz de definir y poner en práctica una política económica coherente.
La capacidad de convocatoria del gobierno en el campo económico es cada vez
menor, lo que se refleja en buena parte en el estado lamentable de la economía.
Todo parece indicar que
la crisis económica del 96 es el efecto inmediato de la crisis de un gobierno
que nadie respeta y en el que nadie cree. Lo más triste de la situación actual
es que no tiene síntomas de arreglo y que la única solución posible a la vista
es la que salvo la extinción del dominio. Los dueños de los tres grupos
económicos va a tener que llamar al orden al gobierno para que tome las medidas
que necesita el país. Los grandes grupos económicos no pueden prosperar si la
economía del país está postrada. La gravedad de la situación económica unida a
la total falta de gobernabilidad del Gobierno Samper debe llevar a un total
replanteamiento en el manejo de la política económica.
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