La necesidad de mejorar la eficiencia del gobierno se hace más evidente
en el manejo de sus empresas, donde no existe la disculpa de que los resultados
de los programas son difíciles de cuantificar.
Por esta época el sector privado ya tiene listos sus planes para el
9ó. Después de m largo proceso de
concertación ha logrado establecer su presupuesto de ingresos y gastos para el
próximo año. Este ejercicio es tomado en
serio y como resultado de este importante proceso anual la gerencia se
compromete con la Junta Directiva a cumplir una serie de metas que, por lo
general, implican una mejora considerable con relación al año anterior.
Por el contrario, el proceso de programación en el sector público no
solo es demorado sino que, casi siempre, se limita a reflejar el aumento en el
costo de la vida. Las entidades se
contentan con tener un aumento en el presupuesto y para ello en los ó1timos
meses se lanzan a gastarse los restos del presupuesto para que el Ministerio de
Hacienda no les quite las partidas no ejecutadas. Esta orgía de gastos que se está viviendo en
este año causada por las reformas en el proceso presupuestal de ninguna manera
se compadece con la tramitación de un proyecto de reforma tributaria que busca
aumentar los impuestos.
La falta de capacidad de ejecución de los programas del gobierno que se
repite año tras año y que se hace más evidente en los últimos meses continúa
siendo un grave problema que no ha sido enfrentado por los gobiernos nacionales
y locales. La necesidad de mejorar la
eficiencia del gobierno se hace más evidente en el manejo de sus empresas,
donde no existe la disculpa de que los resultados de los programas son
difíciles de cuantificar.
Los bancos oficiales tienen siempre unos resultados inferiores a los de
sus contrapartes en el sector privado.
Los intentos de control de las entidades oficiales han resultado
fallidos. En buena parte las
dificultades en el control nacen de un esquema equivocado introducido en la
reforma administrativa de 1968. Como se
recuerda en esa época las entidades oficiales se adscribieron a un Ministerio
al que se le asigno su tutela y vigilancia.
Esa tutela nunca se pudo ejercer por varias razones. En primer lugar, porque el vigilado muchas
veces tuvo mayor poder que el propio ministro.
Los Gerentes de Ecopetrol, de Telecom y otras empresas del Estado casi
siempre fueron más poderosos que el Ministro de turno. Aún si el Ministro contaba con el pleno
respaldo del Presidente por sus múltiples actividades no podía ejercer la
tutela sobre las empresas y tenia que delegar la vigilancia a uno de sus
subalternos.
En segundo lugar, las entidades casi nunca se fijaban unas metas que
fueran posibles de seguir. Solamente
cuando entraban en crisis, se lograba concretar el cumplimiento de unas metas
de desempeño. Debido a presiones
políticas el incumplimiento de las metas nunca se traducía en cambios en la
dirección de las empresas ni en verdaderas reestructuraciones de las entidades.
La falta de incentivos unida a la preponderancia de consideraciones
políticas en el nombramiento de los gerentes han afectado de manera adversa el
desempeño de los que llegan a la dirección de las empresas. A diferencia de lo que se estila en el sector
privado la remuneración de los gerentes es independiente de los resultados. El gerente público que cada vez más está
sometido a mayores castigos cuando su desempeño resulta inferior a las
expectativas de los encargados del control fiscal y político no tiene un premio
cuando su desempeño es excelente. Debido
a esta asimetría en su evaluación el gerente público nunca toma riesgos ni
mucho menos considera caminos de acción que lo enfrenten a los poderosos
políticamente.
Las consecuencias para el bienestar de la nación no pueden ser más
graves. Las empresas públicas continúan
siendo una de las principales causantes del tremendo déficit fiscal que tiene
que ser cubierto con impuestos nacionales y locales cada vez mayores. El país no puede continuar indiferente a la
suerte de las empresas del estado ha llegado el momento de darles un manejo
gerencial. No podemos continuar año tras
año engañados con la farsa presupuestal que se da en estos últimos meses del
año. Los planes de las empresas no
pueden seguir siendo una expresión de buenos deseos. Las empresas o cumplen lo que se comprometen
a hacer o desaparecen.
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