Con la renuncia del Alcalde de Bogotá y su
relevo por uno de sus más cercanos colaboradores se inicia la campaña
presidencial de 1998. La presencia de Mockus en medio de los candidatos va a
marcar las próximas jornadas electorales en donde el ciudadano tendrá que
decidir entre la continuidad o renovación de la clase política tradicional.
La decisión de renunciar antes de haber
terminado su período ha sido objeto de serias críticas, algunas de ellas
infundadas. Los que argumentan que no es apropiado renunciar antes de haber
terminado su obra de gobierno olvidan las graves limitaciones que han sido
impuestas por la constitución. En efecto, la no reelección directa de Alcaldes
y Gobernadores es la mayor traba que existe para una renovación de las
costumbres políticas.
Un período de tres años es demasiado corto
para que un líder anti- establecimiento pueda transformar una ciudad o un
Departamento. En este período es imposible atacar y resolver los problemas de
fondo que afectan a la ciudad. El cambio en las costumbres políticas es un
proceso lento que requiere esfuerzos continuados para poder tener éxito.
Enfrentarse a la realidad de una ciudad tan compleja como Bogotá, organizar un
equipo de trabajo, definir las prioridades, conseguir los recursos necesarios
es algo que bien puede tomar más de la mitad del período de gobierno.
Ya con el sol a las espaldas, el líder comienza
a sufrir de una angustia existencial pues el tiempo que le queda es muy poco,
las decisiones penosas que ha tenido que tomar le han hecho perder buena parte
de su popularidad y las pocas realizaciones apenas comienzan a dar sus frutos.
Como la prohibición de una reelección directa le cierra la posibilidad de otros
tres años para consolidar sus logros, el pobre líder, cuando apenas comienza a
comportarse como un verdadero estadista, tiene que empezar a pensar en dos
serios problemas.
El primero en que va a hacer con su vida y
con las habilidades que ha desarrollado en este tiempo, y la segunda quien lo
va a reemplazar en su lucha quijotesca contra la clase política de su ciudad.
La idea de buscar otros destinos mayores como la Presidencia de la República
puede aparecer a muchos como el camino más apropiado para completar su misión
reformadora. La declaración de victoria y la retirada del ámbito local resulta
más aceptable cuando el movimiento no ha podido consolidar un copiloto a quien
se pudiera confiar, temporalmente, el avión en los siguientes tres años
mientras el líder goza de una merecidas vacaciones.
Como puede deducirse de los comentarios
anteriores, el comportamiento de los políticos muchas veces no es fruto de su
desmedido orgullo, ni de malos consejos de los allegados, sino más bien es una
consecuencia de unas reglas de juego inadecuadas. Si se quiere lograr que los
políticos terminen sus obras de gobierno es necesario, al menos en el nivel
local, permitir la reelección directa.
Una oportunidad de reelección directa va a
permitir una mayor competencia pues va a haber muchos más candidatos que
encuentren más atractivo participar en la lucha política cuando el período del
mandato va a ser más largo. Como en muchas otras ocasiones entre mayor sea el
período de retorno de una inversión mayor será el incentivo para realizar esta
inversión. Como se ha dicho los grandes reformistas son los más interesados en
disponer de un período más largo. Por el contrario, los defensores del status
quo prefieren la no reelección pues a través de sus grupos pueden asegurarse
una participación continuada en el poder.
Más aún, como lo muestra la experiencia del
PRI en México, la no reelección es una condición importante para la
supervivencia de un grupo en el poder. El interés de vincularse al movimiento
aumenta en la medida en la que las posibilidades de llegar a la cima del poder
aumente. Por tanto la no reelección, al limitar las posibilidades de los líderes con experiencia lo que está haciendo es ayudar a
perpetuar al partido en el poder y por lo tanto a impedir cualquier posible
reforma.
La no reelección directa impide distinguir
entre los buenos y malos gobernantes. En Colombia todos los ex-mandatarios
gozan de un fuero especial sin distinguirlos por sus resultados. Mandatarios
como Caicedo Ferrer o Jaime Castro que salieron bastante desacreditados de su
paso por el Palacio Liévano, con el tiempo, a medida que la gente olvida sus
equivocaciones, se convierten en grandes estadistas y hasta llegan a pensar en
volverse a sacrificar por la ciudad. Por el contrario, cuando el mismo pueblo
decide si reelige a un mandatario o no, el fallo de las urnas discrimina entre
buenos y malos alcaldes. Los que no logran su reelección pasan al cuarto de San
Alejo y de allí no los vuelven a sacar ni siquiera en las emergencias.
La conclusión parece bastante clara si
queremos evitar situaciones como la que está viviendo la capital de la
República lo que hay que hacer es acabar con la prohibición de reelección directa de Alcaldes
y Gobernadores. No cabe duda que es más democrático permitir la reelección de
los buenos que perpetuar los regímenes clientelistas.
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